¿Cómo era la vida de los campesinos en el Feudalismo?

El siguiente texto está basado en las notas de lectura que realice del capítulo 1 del libro de Eileen Power: “Gente de la Edad Media”. Es un resumen de los aspectos más importante acerca de cómo era la vida de los campesinos en el feudalismo. La autora hace un repaso de la vida de Bodo, un campesino medieval de las cercanías de la abadía Saint Germain en tiempos de Carlomagno como emperador (el 800 después de Cristo).

Organización de las tierras medievales

El fundo donde vivían la gran mayoría de los campesinos medievales estaba organizado así: las tierras de la abadía de St. Germain se dividían en varios fics, cada uno con una extensión adecuada para ser controladas por un administrador. Estos fics se subdividían en tierras señoriales y tributarias.

  • Las tierras señoriales eran gestionadas por monjes, quienes delegaban a administradores.
  • Las tierras tributarias, en cambio, eran administradas por arrendatarios que usufructuaban de la abadía. Estas se dividían en alquerías pequeñas llamadas mansos, habitadas por familias.

En el manso principal, retenido por los monjes, se encontraban casitas de pocas habitaciones rodeadas por cercos, donde residían y laboraban los siervos del manso.

Había casitas de madera para siervos, talleres, cocina, horno, graneros y establos en la granja. Existían varios mansos señoriales, ocupados por personas con distintos grados de libertad, aunque todos trabajaban en la tierra del manso principal.

¿Había clases sociales?

La validez del concepto de clases sociales para este período histórico es un debate, la autora Eileen Power lo utiliza, aunque restándole cierta relevancia.

Dice que no era necesario preocuparse por clases sociales, pues había poca diferencia entre ellos y se fusionaron en una sola clase de villanos medievales. Los más importantes eran los coloni, libres personalmente pero ligados a la tierra, siendo transferidos con el fundo con cada traspaso.

El trabajo diario

Cada manso de dependiente albergaba hasta tres familias, quienes debían trabajar tres días por semana en el fundo señorial. Principalmente realizaban labores de campo, arando una porción y otorgando una corvée (es decir, una proporción indeterminada de labranza) según lo exigiera el administrador.

También efectuaban trabajos manuales como reparación de edificios, tala de árboles y transporte de cargas. Gracias a estos servicios, los de Saint Germain monjes mantenían cultivado su manso señorial. Los arrendatarios podían cultivar sus propios terrenos el resto de la semana con gran empeño y dedicación.

El pago de tributos

Además del trabajo como servicio, debían pagar tributos a la casa grande. No había impuestos estatales, pero cada individuo debía pagar un tributo al ejército que Carlomagno exigía a la abadía y ésta a sus arrendatarios (este último término es utilizado por la autora). Se efectuaba mediante un buey, cierta cantidad de ovejas o su equivalente en dinero.

La frase “pagar al ejército dos chelines de plata” figura en primer término en las obligaciones de todo hombre libre. Cada tres años debían dar una oveja por el derecho a utilizar prados de pastoreo del manso señorial, equivalente a un impuesto de capitación de cuatro peniques.

Además, cada labriego debía pagar otros tributos provisionales. Por ejemplo, suministrar anualmente tres pollos, quince huevos y tablones para reparar edificios. Si era artesano, pagaría con productos manufacturados por él mismo. Un herrero haría lanzas para equipar el contingente proporcionado al ejército. Estas cosas eran exigidas y reunidas por el administrador llamado villicus o major (intendente).

El administrador debía gestionar servicios de arrendatarios, asignar tareas semanales y supervisar su cumplimiento. Anualmente, presentaba un informe detallado al abad sobre su gestión. Tenía un manso propio con obligaciones y tributos, siendo Carlomagno quien exhortaba a la puntualidad en pagos para dar el ejemplo. A menudo, contaba con subordinados llamados deans y, en ocasiones, un despensero se encargaba exclusivamente del cuidado de las provisiones de la casa grande.

La vida del campesino Bodo

En esos campos vivía Bodo con su esposa Hermentrude y tres hijos. Tenía una pequeña alquería con tierras, prados y viñas. Su vida durante el reinado de Carlomagno era simple, levantándose temprano para trabajar las tierras de los monjes, y temiendo al administrador. Posiblemente, la semana anterior había obsequiado huevos y legumbres para asegurar su buen humor.

Bodo se levanta temprano porque hoy le toca labrar. Se pone en marcha con su buey e hijo pequeño, quien corre junto al animal con una picana. Se reúnen con camaradas de alquerías cercanas que también trabajan en la casa grande. Algunos llevan caballos y bueyes, otros zapapicos, azadones, palas, hachas y guadañas. Se dividen en grupos para trabajar en sembrados, prados y montes del señorío, siguiendo órdenes del administrador.

Su mujer, Hermentrude, ocupada ese día en pagar el tributo en aves de corral – un pollo y cinco huevos. Dejó a su niña con el hijo mayor y fue con una vecina sierva a la casa grande. La vecina entregará al administrador un paño de lana para un hábito monacal en Saint Germain. Mientras, su esposo también trabaja en los viñedos del amo; los siervos cuidan las viñas y los hombres libres, la labranza.

Hermentrude y la mujer del siervo van a la casa señorial, donde hay gran actividad. En el taller, varios diestros operarios: un zapatero, carpintero, herrero y dos plateros. Los mejores artesanos de Saint Germain están cerca de la abadía, trabajando para los monjes y evitando inconvenientes.

Hermentrude no se detiene en el taller, sino que va al encuentro del administrador. Lo saluda con respeto y le entrega el ave y los huevos. Luego, se dirige rápidamente hacia el área de las mujeres para conversar con las siervas.

Si en la casa grande hubiera vivido un noble franco, su esposa habría supervisado el trabajo de las siervas. Pero en la casa de piedra de Villaris no había ninguno, así que el administrador debía encargarse de estas tareas.

El trabajo de las mujeres

El sector de las mujeres consistía en un grupo de casas y un taller rodeados por un seto espeso con un portón cerrado con cerrojo para controlar el acceso.

Hermentrude halló ciervas hilando, tiñendo y cosiendo. Semanalmente, el exhausto administrador traía materiales y recogía lo hecho. Hermentrude debió partir rápido. Volvió a su alquería, trabajó en el viñedo y preparó comida para sus hijos. Pasó el día tejiendo abrigos de lana mientras sus amigas laboraban en las alquerías de sus esposos.

Algunas mujeres cuidan el gallinero, otras las legumbres y algunas cocinan. En una alquería, deben trabajar igual que los hombres. En épocas de esquilado, dicha tarea era casi casi exclusivamente una labor femenina.

Bodo vuelve para comer, se acuestan al anochecer porque las velas caseras no le otorgan buena luz y además deben levantarse temprano al día siguiente.

¿Eran religiosos los campesinos medievales?

Una cuestión interesante a considerar es si Bodo era religioso, o si rezaba por ejemplo. Aunque los francos eran cristianos desde hace tiempo, el labriego mantenía viejas creencias y supersticiones. Los campesinos recitaban antiguos conjuros en sus tierras hechizadas.

El cristianismo otorgó un matiz distintivo a los ensalmos sin borrar su origen pagano. Dado que el cultivo es la actividad más antigua e inalterable, las viejas creencias persistían y los antiguos dioses aún deambulaban en los surcos. La iglesia no se opuso a estos ritos, enseñó a Bodo a rezar al Padre Nuestro en lugar del Padre Cielo y a la Virgen María en vez de a la Madre Tierra, permitiendo continuar con el antiguo conjuro aprendido de sus antepasados.

No obstante, los actos de Bodo no siempre eran cristianos. A veces visitaba a alguien con fama mágica, o se veneraba algún árbol retorcido con viejas historias nunca olvidadas.

¿Tenían días de descanso los campesinos durante el feudalismo?

La iglesia en tiempos de antaño fue severa pero también bondadosa, concediendo momentos de descanso al pueblo. El emperador dispuso que en días festivos no se hiciera trabajo servil.

Los días feriados la gente de campo solía bailar, cantar y bromear. Los concilios se quejaban de campesinos y sacerdotes cantando canciones impías y lascivas. A pesar de las prohibiciones, en Europa desde la Edad Media hasta la Reforma, los campesinos continuaron cantando y bailando en los campos santos.

A veces, Bodo escuchaba canciones de juglares vagabundos en lugar de bailar. Los sacerdotes desaprobaban a estos juglares, pues cantaban temas profanos sobre héroes paganos de estirpe Franca en vez de himnos cristianos, lo que les llevaría al infierno. A pesar de ello, Bodo y también gente de mayor rango social disfrutaban de estas canciones. Incluso concilios eclesiásticos debieron amonestar a abades y abadesas por prestarles atención. Lo más grave era que el emperador Carlomagno también era aficionado a estos cantares.

Bodo pudo conocer a Carlos Magno gracias al entusiasmo del emperador por los juglares y las leyendas vinculadas a su nombre. Aunque nunca estuvo en la corte ni en batalla, pudo aproximarse de esta manera a la figura del monarca.

¿Conocían a Carlomagno?

Carlos, gran viajero de la temprana edad media, recorría su reino en tiempos de paz. Quizás en una visita a París, se hospedó en la casa de los amos de Bodo y lo vio de cerca. Probablemente, llegó vestido con un chaquetón de piel de nutria y un manto azul sencillo, ya que prefería vestir como la gente del pueblo en días comunes.

Con suerte, Bodo pudo haber visto tembloroso un elefante del emperador, un regalo de Harúm al-Raschid. Carlos también tenía otro obsequio, un perro llamado Becerillo.

Un día, el emperador debía pasar por un obispado, y el obispo local intentó complacerlo preparando todo para su visita.

Carlos llegó inesperadamente y el obispo tuvo que apresurarse para limpiar palacios, casas y patios. Cansado, recibió al emperador que notó su esfuerzo. Carlos dijo que siempre limpiaban todo a la perfección antes de su llegada. El obispo, inspirado, besó la mano del rey y afirmó que era justo que todo quedara limpio donde él fuera.

Carlos, el rey prudente, comprendió la situación y dijo: “Así como vacío, también puedo llenar”. Acto seguido añadió que ellos podían quedarse con el terreno colindante al obispado, y sus sucesores dispondrían de él eternamente. La visita del emperador debió ser un acontecimiento extraordinario en sus vidas.

La justicia en tiempos medievales

Había otro suceso anual esperado con ansias por Bodo y sus amigos: la llegada de los jueces ambulantes del rey, los missi dominici, para verificar si la justicia local había sido equitativa. Solían llegar un obispo y un conde, alojándose en casa del abad. Al día siguiente, se dirigían a París para impartir justicia frente a la iglesia y al aire libre.

Personas importantes y humildes acudían a exponer sus agravios y solicitar reparación. Si Bodo era víctima de algún delito, acudía a contar lo sucedido a los jueces.

Las ferias durante la edad media

Anualmente, Bodo disfrutaba la Feria de San Dionisio, inaugurada el 9 de octubre cerca de París y con duración de un mes. Una semana antes, tiendecillas y cobertizos surgían para que mercaderes exhibieran sus productos. La abadía de San Dionisio, encargada de cobrar una taza a los vendedores, se aseguraba que todos entraran por las puertas pagando el impuesto, evitando eludirlo.

Las calles parisinas se llenaban de mercaderes transportando productos en carros, caballos y bueyes. Durante la feria, las transacciones en París se interrumpían por un mes y los negociantes instalaban puestos para intercambiar productos locales por mercancías extranjeras. La abadía de Bodo tendría un puesto donde venderían paños tejidos por siervas, quesos y carne salada preparados en alquerías o vino suministrado como tributo.

Bodo, Hermentrude y sus hijos iban a la feria vistiendo sus mejores ropas. Aunque argumentaban que necesitaban comprar sal para sazonar la carne de invierno o tintura para teñir una blusa, en realidad querían admirar los objetos insólitos expuestos en los puestos.

Los mercaderes traían productos suntuosos desde oriente para los superiores de Bodo. Nobles francos regateaban por mantos de seda y púrpura, justillos de cuero labrado, plumas exóticas, perfumes, perlas, especias y monos para entretener a sus mujeres. Estos comerciantes solían ser venecianos, sirios o astutos judíos. Bodo y sus amigos se divertían cuando escuchaban historias de obispos embaucados por mercaderes judíos. Además, siempre había malabaristas, titiriteros y hombres con osos acróbatas que obtenían monedas del público.

Sin duda, la familia regresaba exhausta y feliz a casa tras el espectáculo. Al fin y al cabo, en la cocina se está bien y, tras agotar las historias de Carlosmagno y sus nobles, vale la pena pasar un tiempo con Bodo en su manso. Como dice Eileen Power “en gran medida, la historia se compone de hombres como él.”


Espero que les haya gustado el texto de hoy, ¿les hubiese gustado vivir al menos unos días con Bodo en cercanías a la abadía de Saint Germain? Los leo en los comentarios. ¡Qué tengan una linda semana!


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